Hay que vivir tranquilo, no siempre pensando en razas y dolor. Pero cada vez que veo un mexicano, cubano, africano o brasileño defendiendo modelos racistas de integración de Bolsonaro y Trump (modelos básicos de racismo sistémico) intentando decir que en E.U o Europa no hay racismo y discriminación me dan ganas de llorar. Pero no lloro porque soy historiador, y mi misión modesta es mostrar la historia de por qué algunos como Trump, Bolsonaro, Le Pen y toda la ultraderecha Europea española e italiana y holandesa con ecos en Brasil actúa amparado por tesis racistas, que no nacieron ahora. Vienen del siglo XIX, asentadas en el siglo XX.
Museo del Apartheid
El racismo científico nacido en el corazón de Europa utilizó pseudo-disciplinas, tales como la frenología o la fisiognomía, para clasificar como superiores algunas razas sobre otras, lo que sirvió durante el Nuevo Imperialismo 1880–1914 para justificar que los europeos sometieran a los «atrasados» pueblos de África y Asia. Así las cosas, al abrigo de esta teoría supuestamente científica –hoy obsoleta por completo– surgió un cruel tipo de museo donde las piezas exhibidas no eran jarrones o fósiles, sino seres humanos procedentes de estos pueblos estimados como inferiores.
Entre 1870 y 1930 se popularizaron «los zoológicos humanos» por la geografía occidental, especialmente en Francia, Bélgica y Alemania. La idea era exhibir de forma pública, y casi siempre itinerante, a mujeres, niños y hombres de carne y hueso, procedentes de África y otras regiones subdesarrolladas. Los indígenas salvajes eran presentados en el siguiente escalón después de los monos y otros animales, con los que incluso compartían barrotes. Un guiño darwiniano para desplegar un espectáculo racista e inhumano que contaba con gran popularidad tanto en Europa como en EE.UU.
Congo belga 1955, los europeos y su pasado de intolerancia
Los racistas «zoológicos humanos» de negros que Bélgica permitió hasta mediados del siglo XX
El fenómeno circense y cruel de exhibir a seres humanos como si fueran animales tuvo su eco más persistente en la Exposición General de Bruselas de 1958, donde una de las atracciones incluía a familias enteras africanas en pequeñas jaulas de bambú
Para obtener nuevos especímenes venidos de las comarcas más alejadas Barnum envía un mensaje a varios centenares de agencias y de consulados americanos a través del mundo. Les pide que le suministren “salvajes auténticos.” Robert Cunigham, un irlandés, se entera del mensaje en 1883 mientras se encuentra en el norte de Queensland, en Australia. Allí viven aborígenes que se topan con la llegada de los colonos británicos en el siglo XVIII. Privados de sus derechos más elementales, sometidos a la violencia de la segregación, se encuentran adscritos al departamento de Fauna y Flora. Jacob Cassidy, director del Mungalla Station Museum, así lo explica:
Queensland no era un estado en la época, era una colonia. Fue un momento difícil para los aborígenes que vivían en estas tierras desde hacía miles y miles de años, innumerables generaciones. Y su tierra había sido confiscada por los europeos. He aquí porque ellos tuvieron que huir de su territorio natal. Cada vez llegaron más colonos. Los aborígenes comenzaron a rebelarse. Era un periodo cruel para estos pueblos. Cuningham se encarga de seleccionar a algunos de ellos y decide embarcarlos desde Sydney hasta Nueva York. La policía tiene que intervenir en ocasiones para obligarlos a subir al barco. Algunos de se escapan y uno apuñala a un agente. El asunto acaba en los tribunales. El juez ordena a los fugitivos subir al navío con los pies y las muñecas atados. R FRANCESC TUR 11/09/2019
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