Bebo fue además objeto de claras amenazas: «Cuando me fui, ya me habían amenazado con 20 años de cárcel, como hicieron con muchos amigos. Mira, aquí damos paredón a cualquiera, eso era lo que te decían los que iban vestidos de paisano, que tenían mucho que ver. Un día fui a una transmisión a la radio, y al entrar me ponen la metralleta y me dicen: ‘Tú no puedes entrar’. Y digo: ‘Pero, mi orquesta toca a las siete…’. Y responden: ‘Aquí la única persona que no está integrada eres tú’. Ésa era la palabra. Y tenías que ir a donde te mandara el miliciano, y hacer lo que te dijera. Yo estaba muy mal visto. Los mejores amigos, yo no los critico y los quiero, pero se quedaron. Así que paredón y 20 años de cárcel, y entonces llamé a Reiter [Frederick Reiter, productor, representante y amigo de Bebo] y lo preparé todo para irme. No se lo dije a nadie, ni a mi orquesta ni a mi hijo. No podía».
Para Bebo el final llegó después de un mitin al que asistió una gran multitud en La Habana en 1960: «Un día vino a casa un capitán de la guardia revolucionaria. Quería que yo le acompañase a la plaza, donde Castro estaba dando un discurso. Le pregunté si habría música y me contestó que Castro era música. Me exigían que me afiliara al Partido. Mi libertad de movimiento se estaba disminuyendo».
Uno de los propósitos del mitin era demostrar al mundo el enorme apoyo popular que tenía el nuevo régimen. Se habían propuesto como meta reunir a un millón de personas, meta inalcanzable sólo con bellas promesas; había que presionar. Los autocares partían de la sede de Radio Progreso para llevar a los empleados a la Plaza Cívica. El mitin coincidía con uno de los dos días libres de Bebo y él no tenía la más remota intención de ponerse a disposición de la revolución; la política no le interesaba.
La negativa de Bebo se saldó con una dura reprimenda por parte del nuevo director de Radio Progreso, un nombramiento político. Bebo percibía que la hora de partir se estaba acercando. Debía irse. «No tengo nada en contra del pueblo cubano, de los cubanos. Tenía sólo un problema. Siempre he dicho lo mismo. No me gusta el régimen y punto. No digo que sea bueno ni malo, sólo que no me gusta».
El 26 de octubre de 1960, Bebo Valdés abandonó Cuba en compañía de Rolando Laserie y Tita, la esposa de éste. Pilar, su mujer, y Raúl, su hijo, les llevaron al aeropuerto. La versión oficial era que Bebo y Rolando viajaban «para cumplir un contrato en México», un contrato que no existía. «Bebo dijo que tenía una gira por México con Laserie y Pío Leiva. Iba a estar un tiempo en México, hasta diciembre. Eso fue lo que me dijo», asegura [su hijo] Chucho. Antes de irse, Bebo tuvo que firmar un documento en el que decía «que viva la Revolución». «Yo lo firmé, qué iba a hacer. Si no firmo no me voy. Me registraron de arriba abajo. Si hubiera llevado un peso cubano tampoco me hubiera ido».
Así que Bebo llegó a México sin un peso en el bolsillo. Sólo se trataba de marcharse. «Pero una vez allí nos hacían un contrato». Bebo y Rolando empezaron en La Terraza Casino. Juraron solemnemente que no regresarían jamás a Cuba y rompieron sus pasajes de vuelta con la Compañía Cubana de Aviación. «Yo fui uno de los primeros músicos que se fueron de Cuba. Fue difícil pero inevitable. Abandonar a tus hijos y abandonar tu casa con un contrato incierto y sabiendo que no podías volver más a tu tierra. Hice como Cortés en Veracruz cuando quemó las naves… Me dijeron bien: ‘O te vas o vas preso o te fusilamos. O estás con nosotros o no estás’. Yo tuve que escoger. Mi padre me dio un abrazo y me dijo que no le iba a ver más. No lo vi más. La última vez que habló conmigo, en 1977, mi mamá dijo que aunque olvidara nunca olvidara lo que fue mi padre y lo que yo fui… Yo sabía que todo lo iba a perder pero si tuviera que tomar una decisión de nuevo tomaría la misma decisión, y nada me remordería» [...].
Los Lecuona Cuban Boys [grupo al que Bebo se había incorporado en 1962 estando en España] llegaron a Suecia el 17 de abril de 1963. Habían sido contratados por Ove Hahn, el jefe artístico de Gröna Lund, el parque de atracciones más antiguo de Suecia y el número dos en cuanto a visitantes y extensión. Con cuatro orquestas activas al mismo tiempo, era un lugar que ofrecía amplias oportunidades de trabajo a los músicos. Como empleador de músicos en Suecia sólo lo superaba Radio de Suecia. Gröna Lund fue construido en 1883. Al principio fue un proyecto de aspiraciones muy modestas, pero con el transcurso de los años la actividad se expandió. Los años 30 fueron una época de prosperidad. Los negocios marchaban bien y la empresa se consolidaba. La elite del jazz sueco tocaba regularmente en sus pistas de baile.
Los espectáculos de Gröna Lund, que continuaron con éxito durante la guerra, pronto dejaron de tenerlo. Alrededor de 1960, cuando la empresa estaba prácticamente al borde de la quiebra, un cambio generacional en la dirección del parque llevó a la modernización de las actividades, a una ofensiva publicitaria dirigida por un jefe de publicidad de 25 años y a una oferta de actuaciones de gente de fama mundial lanzada por un director artístico de 26 años, Ove Hahn. Estos cambios anunciaron una nueva era dorada. Louis Armstrong, Count Basie y Duke Ellington actuaban allí con frecuencia y, al acabar los conciertos, el público de Gröna Lund podía bailar al son de sus orquestas. Uno de los establecimientos más importantes del parque era el restaurante Tyrol […].
En el Tyrol, la orquesta tocaba entre las ocho y las 12 de la noche. El contrato original era de dos semanas, pero una vez más los cubanos tuvieron mucho éxito, incluso cuando tocaron para la familia real de Suecia, y el contrato se prolongó durante bastante más tiempo. La banda actuó también en Gotemburgo para el vicepresidente de EEUU, Lyndon Johnson, que estaba de visita allí. El mismo Bebo estaba muy impresionado [...].
Según Ove Hahn, la visita de los Lecuona Cuban Boys en 1963 «fue una de las actuaciones más memorables que se dieron en Gröna Lund. Había muchos caballeros apuestos en la orquesta, y eso implicaba que hubiera muchas damas en el público, lo que a su vez implicaba que numerosos chicos vinieran a Tyrol para ligarse a las chicas que venían a ver a los músicos. De allí el gran éxito. En el sentido literal de la palabra se veía a la orquesta. Un número que fascinaba a todo el mundo era uno de esos de Lecuona cuando todos los músicos tocaban las maracas. Apagaban las luces. Todas las maracas estaban provistas de bombillas, de manera que lo único que se veía eran las maracas moviéndose en la oscuridad. Toda la música que se tocaba era de muy buen gusto. La música de Lecuona es exquisita, es decir, que se contaba con un buen repertorio. Y cuando Bebo llegó a ser arreglista todo estuvo muy logrado. Además era un pianista solista muy destacado y tenía unos números para poder lucirse, unos verdaderos números de show-off».
En junio de 1963, Bebo conoció a la «señorita Pehrson» en el Tyrol. Se llamaba Rose Marie. Era muy hermosa y Bebo perdió la cabeza: «Había una razón grande para quedarme en Suecia. Tenía cinco hijos en Cuba, todos reconocidos por mí, pero nunca me había casado. Ya iba a cumplir 45 años, me estaba poniendo bastante maduro. Era un poco mujeriego. Entonces cogí una mujer joven para no tener problemas. Siempre le fui fiel. Si no, no me hubiera casado. Era una mujer muy joven y bellísima».
Rose Marie Pehrson era hija de un capitán de caballería, que había estado destinado cerca de la frontera con Noruega, en Värmland, durante la guerra, donde había conocido a quien iba a ser su mujer. Tuvieron tres hijas. Rose Marie era la segunda. Cuando Bebo la conoció, ella solía ir a bailar con sus amigas dos o tres veces por semana. Frecuentaban Nalen, el legendario palacio de baile, meca del jazz sueco hasta que al principio de los 60 se convirtió en un lugar de música pop. En junio de 1963, sin embargo, la temporada de los bailes en las pistas al aire libre estaba en su apogeo, el parque de atracciones de Gröna Lund estaba abierto, y Rose Marie iba al restaurante Tyrol a escuchar a los Lecuona Cuban Boys. A ella le había gustado el grupo y había ido varias veces. «Dos muchachas se acercaron para decirnos que les gustaba mucho cómo tocábamos y que nos querían invitar a un café». Bebo entonces invitó a Rose Marie a una copa en el Hotel Strand. Para los dos la experiencia fue muy buena. Había química entre ellos [...].
Era una situación potencialmente difícil. Bebo tenía 44 años y Rose Marie 18. Él era negro y ella blanca. En la Suecia de 1963 no existía esa clase de parejas. Pero funcionó, en gran parte gracias a los padres de Rose Marie. Su madre estaba entusiasmada porque le encantaba Nat King Cole. El padre de Rose Marie se mantenía algo más distante, pero pronto aceptaría a Bebo. «Empezamos a salir y un día apareció con sus padres. Ellos me dijeron que estaba muy ilusionada y que le dejaban un mes para que se viniera de gira conmigo y así comprobar si nos llevábamos bien. Me la llevé a Finlandia y allí le dije que pensaba que podría ser una buena madre y que quería que se casara conmigo. Ella aceptó y seis meses después de conocernos nos casamos».
El 5 de julio, Bebo pidió la mano de Rose Marie. La boda se celebró el 1 de diciembre en Hökarängen, un suburbio de Estocolmo, y Bebo se quedó en Suecia, pero no en ese momento. Los Lecuona Cuban Boys tenían un contrato de dos semanas para actuar en Lyon, y un par de semanas más en Barcelona. El matrimonio Valdés tuvo que partir al día siguiente de la boda [...].
Los años 60 fueron un calvario para Bebo. Tuvo que empezar su carrera de nuevo y sin poder hacerlo al nivel que le correspondía. En el ambiente musical de Suecia no tenían cabida los inmigrantes cubanos que tocaban música latinoamericana. La música preferida era música americana bailable y rock. A partir de 1965, Bebo encontró un representante que había dejado su puesto en la oficina estatal de empleo para llevar los negocios de cuatro o cinco orquestas, «un representante sueco fantástico, Per Norberg. Conocido en el gremio como Knobben, nadie se acordaba de su nombre. Debió de significar muchísimo para Bebo», dice Ove Hahn. Per Norberg fue el representante de Bebo hasta 1968, pero incluso más tarde hicieron algunas cosas juntos [...]. Gracias a Per Norberg, Bebo consiguió un contrato con la cadena hotelera Reso, para la que tocó el piano desde 1965 hasta 1968. Fueron años de mucha faena –«ni un mes de vacaciones»–. Tenía que mantener a la familia. Bebo también interpretó música de ballet para Lia Schubert en su academia de baile durante un año y medio, cuatro horas al día cinco días a la semana, durante sus estancias en Estocolmo, «por 25 coronas la hora. Lia era de las grandes y conseguía lo que se proponía. Era divina como bailarina y como persona».
[...] Ese mismo año [1968] nació Rickard, el segundo hijo de Bebo y Rose Marie. Estar de gira con dos hijos pequeños resultó demasiado pesado. «A veces no veía a Rose Marie durante un mes o dos. Durante los primeros siete años no tenía ni un día de descanso, porque éramos pobres y había que pagar los instrumentos». Bebo había comprado un órgano Hammond que llevaba consigo.
En enero de 1968, cuando la familia se encontraba en Luleå [al noreste de Suecia] recibió una llamada de teléfono de los padres de Rose Marie en la que les decían que habían encontrado un piso para ellos. Rose Marie se marchó con sus hijos a Estocolmo y estuvieron separados hasta marzo. Al año se compraron el piso que siguen teniendo hoy en Brandbergen, al sur de Estocolmo. Entonces Bebo sólo actuaba en la capital y Uppsala. Después de algunos compromisos en el sur de Suecia, entre 1971 y 1972, dejó de actuar fuera de la capital durante el año siguiente. No había tenido ningún compromiso en Estocolmo en 1972. «Yo tocaba en todos los lugares que había en Estocolmo, hoteles y bares. Lo más importante para mí fue mi familia. Tocaba de todo: clásico, ópera, cubano. Todo lo que quería escuchar el público. Siempre fue un público bastante internacional». [...] La música que interpretaba Bebo había pasado de moda tanto en Suecia como en otros países. Estaba de moda la música pop: «Tocaba muy poca música cubana. Había que tocar sobre todo música bailable. De siete a ocho tenía que tocar el piano solo. En esa época en Suecia no se podía tocar nada más que hasta las 12 de la noche. Estaba prohibido tocar después. Eran cosas americanas, fox-trot… Había que tocar mucho pop también, porque los Beatles estaban en su apogeo, y Elvis Presley… muchas cosas de él también».
Bebo estaba confuso y no sabía qué hacer. No podía dedicarse a la enseñanza porque su sueco era defectuoso y estaba pensando en ponerse a trabajar como conductor de autobús o taxi. Gracias a Dios no lo hizo. En cambio, le ofrecieron un contrato de un mes para tocar en el restaurante Tegnér en diciembre ese mismo año [1972] [...].
En 1978, Bebo vio a su hijo Chucho en Nueva York por primera vez en 18 años. No se habían visto y tampoco se habían hablado desde que Bebo dejara Cuba en 1960. Entonces Chucho tenía 19 años y nunca le había escrito una sola línea a su padre: «Yo estaba aquí en Suecia con Rose Marie. Mi hermano me llamó y me dijo que mi madre estaba muy grave. Y al otro día me llamó mi cuñado y me dijo: ‘Tenía 92 años, y se fue, Bebo’. Entonces llamó mi hermana de Nueva York, que hacía 20 años que no la veía, y me dijo: ‘Bueno, mamá murió y hace 20 años que no te veo. Yo sé que tu madre era lo más importante en tu vida. Júrame por ella, entonces te creeré, que vas a venir a verme’. Prometí contestar al día siguiente. Salí a hablar con Rose Marie: ‘Vamos a ir para hacer una misa a mi madre’. Antes de llegar a Nueva York mi hermana puso un anuncio en el periódico cubano de Nueva York en el que decía que yo iba de visita y que los que quisieran llamarme podían hacerlo. Cuando yo llegué allí me llamó la madre de Paquito D’Rivera y me dijo que Irakere iba a ir a los Estados Unidos. Yo era muy amigo del padre de Paquito. Tocábamos juntos por los años 30 y seguimos siendo amigos toda la vida. Paquito venía a Nueva York con Irakere. Mi hermana y yo nos pusimos de acuerdo para que llevaran a Paquito a un lugar cerca de donde está el metro y donde nos podíamos ver. Compramos entradas para Carnegie Hall para que yo viera a Chucho también. Eran 18 años».
Cuando Bebo fue a saludar a Chucho después del concierto enseguida hubo complicaciones: «Allí estaba ese de la camiseta colorada que siempre va con ellos, el comisario político, y me dijo: ‘¿Usted ya ha visto cómo formamos a su hijo?’. ‘Me alegro mucho –le contesté–, pero ¿cuándo fue eso? Porque Chucho tocaba el piano cuando tenía cuatro años, y a los 16 entró en una orquesta que se llamaba Sabor de Cuba, que era mía. Y su primer maestro fue Óscar Muñoz Bouffartique’. Y entonces le pregunté a Chucho: ‘¿No fue así, Chucho?’. Pero yo ya sabía más o menos que él no podía decir nada. No fue fácil. No había hablado con él por teléfono, solamente con mi madre, pero con él no, en Cuba. Cuando nos vimos fue como un desconocido y como si yo no supiera quién era. Pero era un padre que veía a su hijo. Fue muy emocionante, como se puede imaginar. Tenía mucho miedo de que mi persona le hiciera daño en Cuba. Para él fue igual, las dos cosas: emociones y miedo. Tenía miedo porque mi nombre estaba prohibido en Cuba».
Bebo tardó muchos años en volver a ver a sus hijos cubanos: 18 en ver a Chucho, 30 en ver a Mayra; y pasarían 36 años antes de que pudiera ver a Miriam y a Raúl; y con Ramón, que vive en Nueva York, perdería el contacto.
Bebo tocó en el Hotel Sergel Plaza entre mayo de 1985 y febrero de 1990, cuando consideró que había llegado la hora de retirarse: «Dejé los restaurantes». Desde el punto de vista musical habían sido años muy duros para Bebo. A las personas que frecuentaban los restaurantes no les interesaba la música latina y nadie quería escuchar jazz. «Pues, ustedes que en alguna ocasión han estado con la cabeza baja después de una reunión de negocios y demasiados tragos, piensen que han escuchado a una leyenda», escribió Boel Janérus de Dagens Nyheter en su homenaje a Bebo el día de su 80 cumpleaños. «Mi vida ha sido de ostracismo en Suecia, tocando en hoteles, hasta que me llamó Paquito D’Rivera en 1994 para grabar el disco Bebo Rides Again».
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